Cabecera

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martes, 15 de enero de 2013

{# Vínculos

Como si se pudiese cortar con una tijera… Sí, hablo de los vínculos. Los vínculos entre las personas, esos finos lazos que te unen con alguien pero que tienen tanta fuerza que no eres capaz de cortarlos. Pues no, resulta que sí que se puede. Ya veréis cuando os pase… Creéis que se pasa con facilidad, creéis que es un mal trago del que una hora después no os acordaréis, ¿eh?
Pues tampoco es así. Os lo voy a explicar como lo he sentido yo, que es bastante sencillo de comprender. La cosa cuenta con unos pasos, como si de un problema matemático se tratase. No siempre os va a pasar igual. Claro que no… A mí me ha pasado más de una vez, de hecho últimamente corto mis vínculos a pares. Pero bueno, empecemos, que no tengo todo el día, al final llegaré a Coruña y no habré escrito nada.

Al principio la otra persona no corta un vínculo del todo. No es capaz. No sé si es miedo o que realmente no quiere hacerlo, aunque sinceramente lo que piense me importa una mierda, pues intenta acabar con algo que, de un modo u otro, me gusta. Bueno, en esta fase te sientes mal y lo único que haces es insistir. ¿Por qué querría hacer algo así? ¿Qué le has hecho para que busque herirte de esta manera? Más que recuperarle buscas respuestas, respuestas que, seguramente, no te dé.
Esto dura muchísimo tiempo, tanto que al final por mucho que hablas con esa persona, todo toma un color crema y un sabor insípido. No sabes qué le falta… Bueno, sí, lo que no sabes es por qué se ha olvidado de un ingrediente que desconoces.

Y cuando la cosa va mejor que nunca… ¡ZAS! Ahí. Ese momento en que el último hachazo hace que tal vínculo desaparezca por completo. Blah, blah, blah. Todo el mundo te dice que se le pasará y ese montón de gilipolleces. Pues no. En el momento en que sabes –porque lo sabes- que el vínculo se ha roto al cien por cien, lo único que te invade es un mismo sentimiento en todo el cuerpo: Odio. Sí, señoras y señores, le odias más que a los vascos si eres facha y a los toros si eres de izquierdas. Le odias muchísimo, te da asco, y te desahogas del mejor modo que sabes: Insultándole. Tal vez no sea este el mejor modo, tal vez otros lloran… Yo no, yo os aseguro que le insulté hasta no poder más.

Después llega la fase de aceptación. “Sí, me ha dejado tirado como a una puta mierda”. Eso pensaréis. Un montón de estupideces victimistas que no harán más que comeros demasiado el tarro, muchísimo más de lo que os gustaría, de hecho. Después de insultarle hasta más no poder, decides contarle a tu círculo más cercano cuan ofendido te encuentras porque el/la muy gilipollas haya decidido dejarte cual trapo usado. Porque te sientes así, un trapo usado. No os estoy hablando exclusivamente de un vínculo amoroso, de un “me ha echao’ un polvo y me ha dejao’”, no, os hablo de usado en todos los ámbitos posibles.

En esa fase me encuentro yo, definitivamente… ¿Qué viene después? El olvido. Ya no hablas con esa persona, no tienes ningún tipo de contacto con ella y acabas, no por olvidarle, sino por adaptarte a vivir sin saber absolutamente nada sobre su vida. No voy a decir que es como si hubiese muerto, porque realmente no es así como te sientes, no sientes a esa persona muerta… El sentimiento es vagamente diferente pero importante. A todos nos pasa alguna vez. ¿Amigos para siempre? ¿Te amo el resto de mis días? Si creéis en ello es hora de que maduréis. Las relaciones empiezan y acaban, y con ello los vínculos. Y ya sea por culpa de una persona o la otra, esos vínculos se acaban rompiendo, y nosotros tenemos que aceptarlo y vivir con ello.



@IsSilvet }

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